
Preludio
Retirarse sin dejar huella y sin trascender me da tanto miedo como el temblor de hoy.
Escribir es algo que ya no hago tan a menudo y mis manos comienzan a mentarme la madre. Quieren sangrar con la tinta de un buen pensamiento o con la blasfemia mas falsa que mi cabeza pueda imaginar.
Y las letras están casi a punto de llegar a la fecha de caducidad. El tiempo no es mi aliado. Las noches las paso pensando en otras cosas, ya no tanto en escribir tristezas amargas ni llantos reprimidos. Solo me da por dormir para soñar con personas menos prejuiciosas que yo.
Fecha de caducidad.
Mis letras, como la leche, tienen fecha de caducidad. Más rápido que lento estarán pudriéndose en tu mente, sin un rastro de frescura y sin una pisca de sinceridad.
La tinta tiene coágulos en el tintero, le duele la espalda. Mira hacia los relojes blandos, incierta… esperando prostituirse conmigo, como solía hacerlo hace tiempo, al compas de la luz de una etílica vela o con el sensual movimiento suave del humo de un buen cigarrillo.
Está echándose a perder… ya no recuerda la luz, ni el agua, ni el aire. De vez en cuando se asoma con un tequila en la madrugada, o con un wiski vespertino entre mis manos, pero no sale.
A veces murmura cantos al viento y me emociona verlas de nuevo pintarse en mis manos. Y comienzo a escribir. Solo me duran dos o tres renglones. Después se quiebra en un suspirado “No puedo”… y cierro los ojos. Y aparece en mi mente la imagen de la causa de mi suerte…
Escribir no a pasado a segundo término, solo terminó este primer tiempo. Estoy inspirando poesía en su boca. Sonsacando a la musa creadora de verídicas historias inciertas, llenas de amargura, dolor y mucha, pero mucha alegría…
Perdón por ya no escribir tanto…
"Mis letras tienen fecha de caducidad. Evítalas. Escúpelas. Expúlsalas pronto, antes que la pútrida esencia de mi alma contagie tus ganas de leerme…"
Klaudes