
Quisiera estar contigo, besando tus enormes ojos, pidiéndoles que no dejen de verme.
El sol cae y con él, mis ganas de seguir andando por este mundo lleno de inalcanzables rascacielos que ya comienzan a fastidiarme. Una vida tan mecánica que se comienza a volver tediosa.
A lo lejos percibí tu rostro sonriente y fresco como todos los días, con esos hoyitos que se hacen en tus mejillas cada vez que expulsas ese suspiro de felicidad. Me pase de largo sin poder dirigirte ni siquiera la mirada. Y mi pesadez me hizo caer en razón:
Tú y yo no somos tan iguales como creía. Tú eres el lado blanco y fuerte de las mañanas, yo soy la sombra pesimista que se esconde tras un cuerpo impropio. Mientras tú ríes, yo trato de comprender como puede caber tanta alegría en un costal de huesos, que la naturaleza puso en mi camino.
Eres inalcanzable. Pero no me importa.
Dentro de mis delirios moribundos aun me queda cordura para pedirte un favor:
Inyéctame de esa alegría que irradias con tu sonrisa, enséñame a olvidar tristezas o mínimo a disfrazarlas para que nadie se burle de mí, sacude mi cabeza y acomoda tantos recuerdos y añoranzas que ya están de sobra. Protégeme de los pensamientos insanos y hazme reír.
“Sácame de aquí, no me dejes solo…. O todo el mundo está loco, o Dios es sordo?”
¿O la sorda eres tú?
Tal vez no seas la indicada, ni la que tenga el deber de ayudarme, pero quiero que estés aquí. Que seas esa senda iluminada que me guie de regreso a casa…. A mi estado natural.
Klaudez.
